WOLF MOUNTAIN (1). Juanjo Conejo

Cuando llegué a Wolf Mountain, no quedaba en mí una gota de esperanza, había perdido por completo mi fe en la humanidad. Llegué allí por la rutina de un trabajo más: escribir un artículo sobre este pintoresco pueblo para una revista de viajes. No sabía qué escribir, todo me parecía vacío, exento de encanto alguno que pudiera despertar mi interés. Tal vez, era yo quien lo veía todo gris y arrastraba mis pies por el mundo. Sin embargo, este no sería un artículo más. Mi encuentro con el mundo de la poesía, despertó en mí un hambre insaciable por plasmar con palabras el misterio de la belleza oculta.

Lo vi por primera vez en la taberna de los cazadores. Entre hombres de tosco comportamiento, White Wolf destacaba por sus modales distinguidos. Sentado en un rincón de la taberna, sobre la mesa su sombrero blanco, observaba con atención todo lo que allí acontecía. De tanto en tanto, escribía con rapidez, como si las palabras fuesen a perderse si no las capturaba al instante. ¿Qué belleza podría ver el poeta en una taberna de cazadores? Su traje blanco era una luz entre tantas camisas y abrigos a cuadros. Y de repente, los cazadores comenzaron a cantar: “¡Feliz cumpleaños, lord Wolf!”.

Luego, desfilaron, uno a uno, hacia la mesa del poeta para darle un abrazo. Esa escena me conmovió, ¿por qué le mostraban tanto cariño? En el nombre de todos, el dueño de la taberna entregó un regalo a White Wolf: un reloj de bolsillo. Algo leyó el poeta en la tapa del reloj que lo emocionó. Sus ojos aguados, los ojos de los cazadores aguados, hasta mis ojos aguados sin conocer la razón. Era el misterio de la belleza oculta. No pude resistirlo más. “Disculpe, lord Wolf, ¿puedo sentarme a su lado?”, le pregunté con la voz temblorosa. Mi intención era descubrir la frase escrita en la tapa del reloj…

“ERES UN CAZADOR DE MOMENTOS”

Me quedé tan aturdido con la frase que no recuerdo mi conversación con White Wolf, sólo recuerdo su encanto y su aura de misterio. Ya había terminado mi artículo de viajes sobre Wolf Mountain, pero aún no podía marcharme, me lo dictaba mi sexto sentido. Se alzaba una montaña tenebrosa cubierta de niebla. Y en el pueblo, los rumores de un lobo negro. Y más importante aún, me esperaba el misterio de la belleza oculta.

Autor: Juanjo Conejo