Estación de Budapest. Es medianoche. Zíngara sube al último tren que sale hacia Transilvania, un recorrido de siete horas durante la noche. Se acomoda en el asiento de su camarote, le espera un largo viaje. Pasados unos minutos, se extraña de la alta velocidad a la que viaja el tren. Sale al pasillo para averiguar qué pasa. No hay nadie en el tren. Preocupada, decide ir hasta la cabina para hablar con el conductor. La cabina está vacía. De repente, las luces se apagan, sólo funcionan las de emergencia. El tren viaja sin control a una velocidad endiablada. Oye un extraño sonido que proviene del camarote contiguo, parecido al que emite un cuchillo cuando se afila. Se le eriza la piel, desea gritar, pero tapa su boca para no ser delatada. Un recuerdo viene a su mente, la imagen de un hombre del pasado. Gotas de sudor frío recorren su espalda, es imposible que sea el hombre que le viene a la memoria, ella vio su cadáver con una estaca en el corazón.
Madera quemada, olor a humo, llamas lamiendo los vagones. Le cuesta respirar, es presa del pánico. El tren es un meteorito de fuego a 300 km/h. El humo le llega a la garganta, la tos delata su posición. Corre en busca de aire. De nuevo, el sonido de un cuchillo cuando se afila. Se detiene de golpe, percibe a alguien que respira sobre su rostro, su aliento huele a seducción, se le hiela la sangre. Se queda paralizada por el terror, su cuerpo no responde. De repente, una mano que surge de las sombras aprieta con fuerza el cuello de Zíngara, se estremece… ¡zas!… Siente un cuchillo que penetra su cuello y una boca que muerde sus labios. La sangre caliente desciende entre sus pechos, experimenta una mezcla de miedo y placer. Nota cómo va perdiendo el sentido, una parte de ella anhela la muerte. En el tren, fuego y humo; en su cuerpo, sangre y éxtasis. Finalmente, Zíngara se queda sin vida en los brazos de su asesino, en ese tren con rumbo al infierno.
Zíngara abre los ojos, se ha quedado dormida en el asiento de su camarote, todo ha sido una pesadilla. De pronto, el tren circula a una velocidad de vértigo, sale al pasillo, no hay nadie. Corre hacia la cabina del conductor, está vacía. Las luces se apagan. Oye el sonido de un cuchillo cuando se afila. Se le eriza la piel, un recuerdo viene a su mente, un hombre del pasado, gotas de sudor frío recorren su espalda. Madera quemada, olor a humo, el tren es un coloso en llamas a 300 km/h. El humo no la deja respirar, tose. Corre en busca de aire. Se detiene, alguien respira sobre su rostro, su aliento huele a éxtasis. El terror y el placer paralizan su cuerpo. De repente, una mano que surge de las sombras aprieta con fuerza el cuello de Zíngara, se estremece… ¡alto!… Si quiere salvarse, tiene que reaccionar de forma diferente, vencer el poder de seducción del inmortal.
Juanjo Conejo