VICTORIA BARCELONA. Juanjo Conejo

Ella es alegre y divertida (un poco traviesa), devoradora de palomitas y recitadora de mantras, ella es Victoria Barcelona. Conduce un escarabajo amarillo, símbolo de su personalidad, clásica y moderna al mismo tiempo. Es apasionada, un poco niña, usa zapatos de color rojo. Victoria conocía por experiencia los efectos secundarios de estar enamorada, sus incómodos síntomas, pero se había propuesto no renunciar al amor, quería volver a sentir ese estado de locura transitoria o enfermedad paranormal, esa sensación de estar enteramente viva, que rompe la aburrida rutina de las obligaciones, la monotonía invariable de todos los días. Quería, sin duda, un pedacito de cielo.

Victoria esperaba que el universo conspirase a su favor, que se alineasen los astros, para encontrarse cara a cara con ese hombre misterioso que ya existía en sus sueños, un hombre sin nombre y sin rostro; pero sabía, por intuición, que era un hombre de corazón grande y de palabras generosas. Victoria se miró al espejo, se guiñó el ojo y se dijo a sí misma: “¡Victoria, no te rindas, no permitas que las heridas del pasado pongan en tu alma una armadura! ¡No tengas miedo, sé valiente, sé tú misma, muéstrate al mundo tal como eres!”. Y se quedó satisfecha con la imagen que el espejo reflejaba de sí misma. Después de muchos años, estaba preparada, había asumido cómo era ella.

Victoria abrió la ventana de par en par, los rayos del sol la deslumbraron con la esperanza de un nuevo día, las nubes blancas del cielo le parecieron notas musicales de una canción que deja sus huellas en el alma. Se miró, de nuevo, en el espejo, se pintó los labios de rojo intenso, como su alma apasionada. Después, Victoria besó, una y otra vez, el espejo en el que se miraba, se besaba a sí misma. Se felicitaba por las tormentas que había logrado vencer sin perder la pureza de su esencia, ese tesoro que guardaba con sumo cuidado en una frágil caja de cristal: su corazón. Por fin, había entendido que las heridas formaban parte de su belleza única, de su extraño encanto personal.

¡Tantas veces le habían roto el corazón! Pero Victoria, con empeño, pieza a pieza, volvió a reconstruirlo. Debió tratarse del deseo que le pidió a una estrella fugaz en una noche de luna llena o de la fuerza de sus rizos rebeldes que se alimentaban de su alma guerrera. Volvió a tomar el pintalabios y escribió en el espejo: «¡Te amo, Victoria!». Después, escribió en su diario: “¡El amor es para los valientes! ¡No hay nada que perder, cuando las mayores riquezas están en tu interior!”. Seguidamente, se lanzó a la calle, con sus zapatos rojos, con sus rizos de batalla, estaba impulsada por el amor a la vida, era como el Ave Fénix, tenía la certeza de que resurgiría de sus cenizas.

Juanjo Conejo

Fotografía: Blas del Amo
Modelo: Ester Ruano