PRIMAVERA EN OTOÑO. Juanjo Conejo

El camino del parque era de color dorado, el otoño lo había cubierto con lágrimas de árboles. Una hoja voló desde la tierra, impulsada por una brisa descarada. Voló desde la tierra y se posó sobre mi cabeza. Ya no quedaban hojas en los árboles. Tomé la última hoja entre mis manos y bailé sobre hojas crujientes. Bailé sobre un suelo dorado. Abracé el otoño, me inundé de su melancolía. Me revolqué sobre una alfombra nostálgica.

Entonces, como surgida de la nada, apareció ella, coronada con la fuerza de su alma valiente, vestida con la inmensidad del espacio infinito. Un aura celestial la rodeaba, de ese cielo tantas veces prometido. Sus ojos eran de primavera y sus pisadas hacían florecer las flores por donde caminaba. Su aura se expandió y me cubrió, me llené de paz. Le pregunté cómo se llamaba. Y con una voz dulce y potente, me contestó: “Primavera”.

Primavera me abrazó. Las hojas del suelo volaron hacia las ramas, vistiendo de nuevo los árboles. Ella pronunció mi nombre y las hojas se volvieron verdes. Nos cogimos de la mano y caminamos por el campo, hablamos de la vida y de la muerte, de la luz y de la oscuridad. Al llegar la noche, reposó su cabeza sobre mi pecho y yo acaricié su cabello. Rompí el silencio, le dije: “Pronuncia de nuevo mi nombre, suena a coro angelical”.

Ni luna llena ni refulgentes estrellas, nada podía compararse a la belleza que había en su mirada. Y la noche se volvió esplendor, tan sólo por el sonido de su voz. Su voz rompió mis cadenas y llevó cautiva a la oscuridad. Perdí el miedo a la tristeza, a la soledad y a la muerte, porque todo el poder del universo estaba en ella. La consolación de estar a su lado, me transportó de nuevo a los brazos de mi madre en el día de mi nacimiento.

Y lloraba como un niño, pero aquellas lágrimas eran de vida, de no poder contener en mi alma tanto amor. Primavera me cantaba y yo lloraba. Su canción era medicina para mis heridas. Primavera me acunaba y yo lloraba. Su canción era una luz en la oscuridad. “Déjala brillar”, me decía. Lloré hasta que llegó la mañana, vi salir el sol entre sus brazos. “Tengo que marcharme”, dijo Primavera con tono de lamento. Dolor en la despedida y una promesa: “Estaré siempre cerca, en tu corazón, la primavera la llevas dentro”. Y se marchó, dejando en mi corazón una mariposa. Desapareció de mi vista sentada sobre una nube, sin más consuelo que una canción.

Juanjo Conejo