NO SOMOS DIOSES. Juanjo Conejo
La mano que acaricia al hijo recién nacido, es la misma que aprieta el gatillo contra los hijos ajenos. La boca que profiere palabras de amor, es la misma que ordena la matanza de inocentes. ¿Hasta dónde llega la oscuridad humana? ¿Nos llegará la luz cuando ya no queden semillas en los graneros, cuando ya no haya campos que sembrar? No somos dioses, no somos invencibles, ¿quién se cree semejante estupidez? Hay que releer la historia, ¿dónde y cuándo existió un reinado de tiranos que sobreviviera al clamor de justicia de un pueblo?
¿Qué decir cuando ya se ha dicho todo? El tiempo de las palabras ha pasado, es la hora de digerir los discursos en el corazón. La información inunda la mente, pero el alma sigue vacía. Palabras vestidas con diferentes trajes, pero todas inútiles. Empacho de propaganda política, de todos los bandos. Y una palabra sigue huérfana. Esa palabra se ha dicho hasta la saciedad, mucho se ha escrito sobre la importancia del amor. Y la palabra cae en sacos rotos. No es cuestión de más palabras, sino de hechos coherentes con ellas.
Una mirada al interior es lo que más necesitamos, para reflexionar acerca de quiénes somos y qué queremos. Las balas vuelan sobre las cabezas de nuestros hermanos, mientras bailamos en la fiesta de los ciegos. Hay quienes no tienen comida ni donde cobijar sus cabezas, pero no faltan cascos y fusiles para los militares. Sí, estoy cansado de palabras, porque la que más importa sigue gritando sin nadie preste atención. ¿Es amor mirar hacia otro lado, quedar callado cuando se debe gritar, mientras escuchamos el sonido de los misiles?
Y se construyen templos, se encienden velas y se reza a todos los santos; se fabrican armas, se venden y se compran, rendimos honor al dios de la guerra. El mundo no va bien, el mundo está al revés. ¿A quién le importa que nuestro planeta se hunda? ¡Somos ególatras, preocupados tan sólo de nuestro propio bienestar! No escribo este breve discurso desde el odio, sino desde el dolor que nace de la impotencia. Y expongo esta reflexión públicamente, antes de que anochezca. Diré todo lo que tengo que decir, por si mañana no despierto.
Lee, de nuevo, el título de esta columna. Léelo cien veces, si es necesario. Léelo hasta que sea imposible que tu mente lo olvide. Pero más importante aún, que no lo olvide tu corazón. Quien se queda en silencio, ¿podrá lavarse las manos?
Juanjo Conejo