MUNDO PIRATA: JACK EL TUERTO. Juanjo Conejo

El viejo pirata dejó su pistola a quien creía que era tan sólo una temeraria bocazas. El posadero lanzó una moneda al aire, ante la atenta mirada de todos los marineros que eran testigos de tan arriesgada apuesta. Un disparo, dos disparos, tres disparos… ¡tres impactos!… la moneda seguía dando vueltas en el aire… cuatro disparos, cinco disparos, seis disparos… ¡seis impactos!… tan sólo quedaba uno… la moneda giraba y giraba sobre las cabezas de los boquiabiertos marineros… siete disparos… ¡siete impactos!… Todos se quedaron atónitos ante la proeza de Stella, a quien todos creían una jovenzuela alocada. Hasta Jack el tuerto, el viejo pirata, se quedó sin palabras.

El viejo tuerto se tragó sus carcajadas, la borrachera se le pasó de repente y, con el rostro pálido por la pérdida de su nave, se acercó a la vencedora y le dijo, con la voz rota y la mente clara: “Sé ganar y sé perder. Soy un hombre de honor que sabe reconocer sus derrotas. El barco y su tripulación son ahora de tu propiedad”. Stella no pudo disimular una sonrisa traviesa. “¡Una cosa más, viejo bravucón, usted también forma parte de la tripulación!”, dijo Stella. “¡Por todas las botellas de ron!”, gritó Jack el tuerto. Todos los marineros de la posada reían a carcajadas. “¡Ron para todos, posadero!”, ordenó el viejo pirata. Stella y Jack el tuerto se hicieron grandes amigos.

A la mañana siguiente, “El Calypso”, así se llamaba el barco del viejo pirata, partía del puerto de Dover, el mayor puerto del Canal de la Mancha, rumbo a la Isla de la Tortuga. Stella puso su mano izquierda sobre el timón, luego metió su mano derecha en el zurrón y acarició la brújula y el catalejo de su padre, el pirata escarlata. Se sentía libre, como nunca antes, y entonó la canción que su padre le enseñó cuando era una niña: “Cuando emprendas una aventura, procura que el camino sea largo, recuerda que el viaje es el mayor de los tesoros”. Jack el tuerto la escuchó desde su camarote, quien no pudo evitar derramar unas lágrimas con el ojo que le quedaba.

Después de tres días de navegación sin incidentes, llegaron a una zona marítima cubierta de una niebla tan espesa que no se veía nada más allá de un metro, y escucharon voces maléficas que aterrorizaron a toda la tripulación. Así estuvieron durante varias horas. Cuando la niebla comenzó a disiparse, vieron que la cubierta del barco estaba plagada de más de un centenar de sirenas guerreras con aspecto temible: tenían corazas de fuego y en cada una de sus trenzas, que movían como si fueran brazos, tenían espadas doradas que cegaban con su resplandor. Era imposible ganar esa batalla. Stella pensó que había llegado la hora de utilizar la primera de las tres piedras.

Juanjo Conejo