MUNDO PIRATA: EL HECHICERO DE EGIPTO. Juanjo Conejo

Tres días antes de la llegada de Stella y Jack el tuerto a la Isla de la Tortuga, llegó el pirata escarlata, por la zona sur de la isla, a un bastión pirata que allí había asentado, lugar de refugio para todos los que huían del Rey (el padre de la princesa Alexa) y refugio para todos los filibusteros del mar del Caribe. Allí también traficaban con tabaco y cuero los bucaneros de la isla La Española. Pero el bastión estaba vacío, no había nadie, ni muerto ni vivo. Tampoco había señales de enfrentamiento, como si todos hubiesen huido por alguna razón. El pirata escarlata y su tripulación estaban intrigados.

Al día siguiente, llegó al bastión Alexa (la amada del pirata escarlata). Por fin, pudieron abrazarse sin la prisa y el peligro de la última vez que lo hicieron. No obstante, todos estaban inquietos por el silencio y la soledad del bastión. A lo lejos, en las montañas misteriosas, divisaron una columna de humo negro que oscurecía el cielo. Lo tomaron como una señal de vida humana. Decidieron abandonar la seguridad del bastión y dirigirse hacia la columna de humo, tal vez allí descubrirían el motivo del bastión abandonado. A lo largo de la ruta, los buitres sobrevolaban sus cabezas.

La columna de humo los llevó hasta la entrada de una cueva, rodeada de rocas negras cubiertas de sangre. Cuando se adentraron en la cueva, les sobrecogió que estuviera llena con todas las estatuas de los dioses de Egipto. Y a los pies de cada estatua, había un tambor. Una carcajada macabra llenó la cueva de espanto. De repente, caminando hacia ellos, sin tocar el suelo, llegó un hombre con un cetro de oro en su mano y el rostro pintado con símbolos extraños. Y, tras él, aparecieron seres de otro mundo, que tenían cuerpo de hombre y cabeza de animal, como las estatuas de los dioses.

Aquellos seres de otro tiempo, comenzaron a tocar los tambores. “¿Qué os ha traído hasta aquí?”, gritó el hechicero. “¡Hemos venido en busca del tesoro de los faraones!”, respondió el pirata escarlata. De nuevo, la carcajada macabra. “¡Cómo todos los hombres del bastión, que fueron atraídos hasta aquí, vosotros también moriréis, hoy seréis el banquete de los buitres!, amenazó el hechicero. El aire se llenó de una fragancia que indujo a todos al sueño. Los seres con cabeza de dioses los amordazaron en unos troncos situados en las rocas negras. Ya estaban listos para el sacrificio.

Juanjo Conejo