MUNDO PIRATA: EL FANTASMA DE BARBANEGRA. Juanjo Conejo

“¡Mundo pirata, mundo de magia, hazte realidad ante mis ojos!”, gritó Stella. Un espectro transparente apareció sobre las velas del barco, era una figura alta y delgada. El espectro hizo una señal con la mano y dijo una palabra: “Octopus”, y del mar surgió un pulpo gigante que tenía una corona en su cabeza. Detrás de Octopus, salió del agua un ejército de pulpos que tenían una espada en cada uno de sus ocho tentáculos. Octopus gritó: “¡A sus órdenes, capitán Barbanegra!”. La tripulación de la viajera de las tres piedras se preparó para la batalla. Jack el tuerto dirigió el cañón de la proa hacia las feroces sirenas. Estella hizo los mismo con el cañón de la popa.

El fantasma de Barbanegra se movía con la velocidad de un rayo, con cada movimiento de su espada mataba a una sirena. Los cañones de Stella y Jack el tuerto sembraban la muerte en la cubierta del barco. Los pulpos de Octopus y los hombres de Jack el tuerto luchaban con una bravura insólita contra aquellas sirenas del infierno. Era una batalla endiablada, pero no decaía el espíritu de la tripulación de Stella, animados por la presencia de Barbanegra, esa leyenda de la piratería. El enfrentamiento duró cuarenta minutos, que se hicieron eternos. Los cadáveres de las malvadas sirenas yacían a decenas sobre la cubierta del barco, parecía un cementerio flotante.

Después de beber un centenar de botellas de ron para celebrar la victoria, Octopus y su ejército de pulpos regresaron al mar. El fantasma de Barbanegra dio la mano a Jack el tuerto, entre carcajadas de viejos diablos; y abrazó a Stella con una emotividad extraña, como si fuera su propia hija; al fin y al cabo, Barbanegra y el padre de Stella fueron compañeros de piratería. Cuando terminaron las despedidas, lanzaron por la borda los cadáveres de las sirenas de la niebla. Luego, sin más dilación, pusieron rumbo a la Isla de la Tortuga. A continuación, como si el mar estuviera enojado, se levantó una fuerte tormenta que amenazó con hundir la nave de aquellos intrépidos piratas.

Pero Jack el tuerto era experto en navegación y, tras mucho esfuerzo, lograron salvarse de un claro naufragio. Después de varias jornadas sin contratiempos, divisaron a lo lejos la isla soñada, en la que esperaban encontrar el legendario tesoro de los faraones. Pero, sobre todo, Stella esperaba reunirse con su padre, el pirata escarlata, a quien hacía tanto tiempo que no veía. Desembarcaron en la zona norte de la isla, en la Costa de Hierro, no hallaron señal de vida, reinaba un silencio extraño. Pasaron allí la noche, antes de adentrarse en el misterio de unas montañas de aspecto inaccesible. Cuando llegó la mañana, les despertó el sonido inquietante de unos tambores lejanos.

Juanjo Conejo