¿MORIR O VIVIR? (EL ESCRITOR TORMENTA). Juanjo Conejo

Estaba destrozado, mi vida ya no tenía sentido. Entré en la cafetería más famosa de París, en la que conocí a Norma. Era el escenario perfecto para poner fin a mi dolorosa existencia. En el bolsillo de mi abrigo llevaba una pistola. ¿Para qué seguir viviendo cuando ha fallecido la persona que más amas en este mundo? Además, era imposible que volviera a enamorarme teniendo a otra mujer en el corazón. Todo estaba según lo había imaginado, la cafetería estaba repleta de gente, se sentía el glamour de la ciudad del amor y de la luz. Pedí un café bien cargado, solo y sin azúcar, como siempre. Saqué de mi cartera una fotografía antigua de Norma y la miré por última vez.

Soy un escritor famoso, mis novelas se venden por millones en todo el mundo, tengo dinero para todo lo que se me antoja. Mis admiradoras me envían cartas de amor desde todos los rincones de la tierra y, sin embargo, nadie logra llenar el enorme vacío que Norma ha dejado en mi corazón. Norma no era tan sólo un nombre, era la esencia de lo que representaba para mí, era mi norma de vida, las reglas del juego, el norte del viajero, la brújula del navegante, mi fórmula de felicidad, mi pócima de la eterna juventud. Norma era tan sutil que, sin darme cuenta, me sentía embriagado de sus encantos. Ella era mi centro de gravedad, el punto exacto de equilibrio de la balanza.

Norma fue la primera de mis admiradoras, leía todos mis libros, estaba presente en todas mis conferencias. El escritor tormenta, así me llamaba ella, cuando me veía escribir dejándome llevar por el impuso de la inspiración. Cuando escribía en las mañanas de primavera, ella colocaba, a la izquierda de mi vieja máquina de escribir, un ramo de flores variadas, recién cogidas por ella en el campo durante el alba del día; y a la derecha, un café bien cargado, solo y sin azúcar, como siempre. Norma era el secreto que me permitía volar al mundo de la imaginación, la llave para entrar en la dimensión de la fantasía. Norma era la clave para descifrar el misterio más grande: el amor.

Di el último sorbo al café. Saqué la pistola del bolsillo, la apoyé sobre mi sien y puse el dedo sobre el gatillo. En ese momento, vi en el suelo una servilleta de color rojo con una frase escrita. Recogí la servilleta y leí la frase: “Si lloras porque no puedes ver el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas”. La frase de la servilleta presionaba mi cabeza más que la pistola. Hubo una lucha feroz en mi interior. “¡Norma!, ¡Norma!”, susurré entre lágrimas. Volví a meter la pistola en el bolsillo y salí de la cafetería. Lancé la pistola a las aguas del río Sena. En ese momento, vi a Norma flotando en el agua, abrazada a la bufanda roja que me regaló el día que publiqué mi primer libro.

Juanjo Conejo