MADRE ETERNA. Juanjo Conejo

Ahora, que estás a punto de marcharte, recuerdo el día en el que mis ojos vieron la luz por primera vez, esa luz sólo ensombrecida por el resplandor de tu sonrisa, esa sonrisa que nunca se apagó. Tu mirada era un puerto con dos faros que me indicaban el rumbo en las noches oscuras. El dios de los días te otorgó la belleza, que aún perdura en tus manos secas y en las arrugas de tu rostro, con ese amor que nunca termina. Generosa, en el cielo te llamarán Generosa. Llévate mis lágrimas contigo, a la eternidad, donde mi alma suspiró antes de llegar al mundo. Que ese dios, siempre presente, invisible, silencioso, casi ausente, pero que vivió en cada uno de tus besos y de tus palabras, te tome en sus brazos de tormenta, en su mirada de huracán, y te lleve a esa inmortalidad que te coronaba. Háblales a los ángeles, a esos que te rodeaban cuando mamaba la leche de tus senos, de los tesoros que has dejado en mi corazón, de esos tesoros a donde emigran los pájaros cuando apuñala la soledad, esos pájaros que trinan tu nombre: Generosa, Generosa, Generosa… Ahora, que estás a punto de marcharte, soy de nuevo el niño que se refugiaba en tu sombra, ese niño que por las noches esperaba que le leyeras un cuento y que le cantaras una nana. Y sé, madre, que despertará el dios dormido, el que te soñaba, y llorará tu muerte, aunque te tenga consigo en el paraíso. Y sé, madre, que este no es el final del camino, sino el silencio entre las notas de una melodía.

Juanjo Conejo