LA ÚLTIMA NAVIDAD DEL POETA MENDIGO. Juanjo Conejo

Caen los copos de nieve sobre la tierra y mueren, como los sueños que, al chocar contra lo imposible, se desvanecen. Aun y así, los sueños encuentran cobijo en el alma, al calor de los latidos de un corazón que se aferra a la vida con esperanza. El sol saldrá, la nieve se fundirá y los copos de hielo se convertirán en agua, se filtrarán en la tierra y pasarán al olvido. Pero los versos del poeta, los que pronunció sobre las alas del viento, viajarán lejos, alcanzarán a las almas sensibles y, custodiadas por el cielo, vivirán eternamente. Érase una vez un poeta, sin hogar, sin familia, cuya única riqueza eran los poemas que generosamente regalaba. El poeta tenía hambre, el poeta tenía frío y, sin embargo, el poeta era un faro que iluminaba con palabras.

Una tarde de Navidad, una niña se acercó al poeta mendigo, puso sobre su cabeza un gorro y rodeó su cuello con una bufanda. El poeta sonrió, porque nunca perdió la fe en la humanidad. El mendigo lloró lágrimas de alegría. “¿Por qué llora, señor?”, le preguntó la niña. “Lloro de felicidad, ángel de miel, porque con tus dulces manos me has vestido de Navidad. En el gesto más humilde se esconde la divinidad, tiene tu obra de caridad la huella de un don celestial”, contestó el poeta. Un anciano se acercó al poeta mendigo y le entregó pan, queso y vino. El poeta besó al anciano en la frente y, después, le bendijo con estas palabras: “Que todos los días brille tu alma como la estrella de Belén y en tu corazón sientas el amor de aquel Rey que nació en un pesebre”.

Y llegó la noche. Todos estaban en sus casas celebrando la Navidad. Las calles estaban desiertas, el poeta mendigo sintió en sus entrañas el frío de la soledad. Se acostó en el banco de un parque, se cubrió con unos cartones y se quedó dormido. El sol saldrá, la nieve se fundirá y los copos de hielo se convertirán en agua, se filtrarán en la tierra y pasarán al olvido. Pero los versos del poeta, los que pronunció sobre las alas del viento, viajarán lejos, alcanzarán a las almas sensibles y, custodiadas por el cielo, vivirán eternamente. Amaneció, el poeta mendigo no despertó. En el cielo, lágrimas y un minuto de silencio. Un ángel descendió con una sonrisa luminosa, tomó el alma del poeta mendigo entre sus brazos y la llevó hasta el umbral de la eternidad.

Cuando cruzaron el umbral de la eternidad, se desveló el secreto, se produjo el milagro. El resplandor de la mirada del Rey era un grito de amor. En su estela, la vida fugaz, es como la estrella audaz que, en el universo, al final de los versos, con un beso, muere ilesa, con gloria y sin pena. Celebra el cielo, con bufanda y gorro de Navidad, el fin del frío y de la soledad.

Juanjo Conejo