LA TABERNA DE LA FELICIDAD. Juanjo Conejo

Dublín, Irlanda, invierno de 1605. Frío y lluvia en la calle, el agua calaba hasta los huesos. Aliento gélido en la boca de los transeúntes, mientras corrían buscando un lugar donde refugiarse. Había calor en la taberna de los pescadores, ellos cantaban y bebían su vaso de whisky, estaban alegres viendo bailar a las coristas. No había lugar para la tristeza, los marineros sólo necesitaban un poco de arte para ser felices, del mar aprendieron lo más importante de la vida: tener prendida la llama del alma y un corazón tan grande que en él quepan los océanos. De repente, se abrió la puerta, entró un niño que comenzó a gritar, todos miraron asombrados, el silencio sustituyó a la música.

“¡Compren!, ¡compren el primer periódico impreso del mundo, por solo un penique lea los sucesos más importantes de la ciudad!”, gritó Carolus con toda su fuerza, un niño de ocho años con aspecto de no haber comido en muchos días. La gran vedette se llevó la mano a la boca, mientras los marineros se mecían la barba. El pequeño vendedor ambulante de diarios tenía la cara tan negra como el carbón, pies descalzos y unos pantalones grandes y rotos que sujetaba con unos tirantes para que no se le cayeran. Dick, el más veterano de los pescadores, cogió al muchachito por los brazos, lo sentó sobre la barra del bar y le quitó de la cabeza su gorra empapada de agua.

Las coristas preguntaron a Carolus: “¡Dinos, pequeño mozalbete!, ¿dónde están tus padres?, ¿dónde vives?, ¡hoy no hace día para que andes errante por las calles, en Dublín son peligrosas las pulmonías, Irlanda te necesita sano y fuerte como un roble!”. Minelli, la gran vedette, vociferó: “¡Camarero, sirva un tazón de leche caliente a este intrépido chiquillo!”. Después de unos tragos de leche, Carolus dijo con timidez: “No tengo hogar, mi padre, pescador como vosotros, murió en altamar; y mi madre me abandonó, huyó de la ciudad con un hombre que le robó el corazón”. Dick y Minelli lloraron, todos en la taberna lloraron, lágrimas de amor profundo, como el mar.

Gordon, el pianista, comenzó a tocar una melodía; y las coristas y marineros empezaron a cantar: “No temas, niño descalzo, no eres huérfano de amor. Los marineros seremos tu padre, las coristas seremos tu madre, esta taberna será tu hogar. Levanta tu cabeza, si tienes limpio el corazón, no importa que tu ropa esté sucia”. Carolus creció arropado por el amor de las coristas y de los pescadores; y cuando tuvo dieciocho años, compró una imprenta, fundó su propio periódico y, con el paso del tiempo, acumuló una gran fortuna. En la actualidad, “La taberna de la felicidad” es, además de un punto de encuentro para pescadores, un centro de acogida para niños sin hogar.

Juanjo Conejo

La ilustración, realizada con café y expresamente para este relato, es de «Wolf» (seudónimo).