LA SOMBRA. Juanjo Conejo

Todos los miedos de Rebeca habían tomado forma, la forma de una sombra siniestra. La sombra iba con ella a todas partes, atormentándola con sus continuos susurros, susurros tenebrosos. Poco a poco, la sombra se iba apoderando de ella anulando su libertad. Era una esclava de la sombra, vivía para obedecer los dictámenes de la sombra. A medida que ella se debilitaba, la sombra se hacía más fuerte. La voz de la sombra se volvió más hostil, quería tomar el control absoluto de su vida. El tamaño de la sombra había aumentado y era cada vez más espesa y oscura. La crueldad de la sombra hallaba su máxima expresión en el silencio y en soledad de la noche.

Rebeca huyó a un refugio de alta montaña, pensó que la sombra sería fruto del estrés de la gran ciudad y que con unos días de descanso la sombra se desvanecería. Pero no había a dónde huir de la sombra, no había forma de deshacerse de ella. La sombra seguía aumentando de tamaño y sus susurros se volvieron aterradores. Rebeca tenía mucho miedo, las manos le temblaban, pasaba las noches sin dormir y el insomnio debilitaba su cuerpo día tras día. Era un tormento sin descanso, que se reflejaba claramente en sus ojeras, cada vez más marcadas. Le costaba respirar, comenzó a tomar alcohol y ansiolíticos sin medida, ya no sabía qué hacer para sentirse aliviada.

Una noche, la sombra, alimentada con el miedo creciente de su víctima, tomó forma corpórea. Cuando el silencio fue absoluto, Rebeca pudo oír la respiración y los latidos de la sombra. Tuvo pánico y se apresuró hacia el interruptor de la luz. Y vio a la sombra, su aspecto era demoníaco, una aterradora versión de ella misma que reflejaba lo peor de su alma. La sombra comenzó a caminar hacia ella, quería poseerla de forma definitiva. Rebeca corrió hacia uno de los cajones del armario y sacó una pistola, la pistola que había comprado previamente para poner fin a su lamentable vida. La pistola ya estaba cargada y le quitó el seguro, pero su pulso oscilaba demasiado.

Rebeca logró, por fin, colocar el cañón de la pistola sobre su sien y, seguidamente, comenzó a apretar el gatillo. En el rostro de la sombra se dibujó una sonrisa macabra. En ese momento, Rebeca recordó el consejo de su padre: “Vence tus miedos, los miedos matan”. Y vinieron a su mente imágenes de su infancia, de esa época en la que era feliz. De repente, retiró la pistola de su sien y apuntó hacia la sombra. La sombra hizo una mueca de sorpresa y, asombrada, oyó un disparo certero que detuvo el sonido malévolo de su corazón negro. La sombra se fue desvaneciendo, lentamente, como la niebla de la mañana, hasta no quedar ningún rastro de ella.

Juanjo Conejo

Fotografía: Sonia Gamero Sáenz