LA CORONA DE LA REINA. Juanjo Conejo

Por un camino serpenteante, por un camino cuesta arriba, por un camino de piedras, oí cantar a la reina. Y era su alegre canción, su divina melodía, el grito dulce y audaz de quien vuela alto con las alas rotas. Sobre el monte, las nubes; junto al lago, las lilas; entre sus cabellos, mis sueños de niño. ¿Qué tenía la reina que, a cada paso que daba, dejaba una estela en las montañas? El lago estaba rodeado del esplendor de montes y cielos. En medio de ese paraje, ella lucía sus cabellos dorados como si fueran la corona de una reina.

Las nubes de blanco nieve, propulsadas por los vientos, dejaban sombras viajeras en los montes, arte en movimiento sobre el lienzo de la propia naturaleza. Las notas del viento se balanceaban sobre las cimas de los montes. Cuando el viento se acalló, hablaron las aguas del río. Tonos de verde jugaban con las pupilas. Era un cuadro perfecto de imagen y sonido, pero allí no había más gloria que la de los cabellos de la reina. Su corona de oro era invisible al ojo humano y, sin embargo, pude ver el destello de sus joyas.

Juanjo Conejo