HUGO Y WANDA (MILAGRO DE AMOR). Juanjo Conejo

Cuando Hugo vio a Wanda, se quedó impregnado de ella, como si el rocío de la mañana hubiera cubierto su alma. Y el corazón de Hugo latía al mismo ritmo del corazón de Wanda, se habían sincronizado con la magia de una mirada y de una sonrisa. Llovía, y las gotas de agua se mecían en las arrugas de Wanda, llenando de luz las marcas de su rostro. Y las cortinas cayeron de los ojos de Hugo, y vio a Wanda en su estado natural, el de su alma desnuda, brillando sin la vanidad de las formas del cuerpo. Y en la boca de Wanda vio un imperio de oro, un reino de sentidos, el monumento de un pasado glorioso que se niega a perecer en el tiempo.

Wanda levitaba con la mirada de Hugo, como una pluma que flota en la dulzura de una brisa. Y lloró de amor. Sus lágrimas se deslizaban lentamente por sus mejillas, hasta morir en sus labios resecos, deseosos de besos, que aún recordaban la humedad de un beso entre enamorados. Y la brisa acarició el rostro de los señalados por el cielo. Y la brisa se volvió melodía. Y la melodía llenaba los valles y se alzaba por encima de los montes hasta tocar el cielo. Las formas corpóreas desaparecieron. La hermosura se desprendió de la cáscara perecedera que hace errar el juicio humano y que impide ver la dimensión invisible de la belleza de las almas.

Todo era perfecto, excepto una cuestión insalvable: Hugo tenía 20 años, Wanda tenía 80 años. El juez de lo racional golpeó la mesa con el mazo con un veredicto sin apelación. Era un romance sin futuro. Sólo les quedó el recurso de las lágrimas. Wanda y Hugo lloraron desde el crepúsculo hasta el alba, lloraron hasta conmover a Centurión, el ángel custodio del amor. Centurión batió sus alas y descendió desde lo alto. Cuando cruzó la atmósfera terrestre, un viento fuerte levantó olas gigantes en los cinco océanos. Y cuando sus pies tocaron el suelo, un gran terremoto sacudió los cimientos de los siete continentes de la tierra. Tal era el poder del ángel custodio del amor.

Centurión habló (su voz provocaba truenos y relámpagos): “¡Hugo!, ¡Hugo!”. Hugo respondió atemorizado: “¡Aquí estoy!, ¿quién eres?”. Centurión respondió: “Soy el ángel custodio del amor, he descendido desde el infinito para proponerte un milagro a cambio de un sacrificio: Wanda rejuvenecerá 30 años, pero tú envejecerás 30 años”. Hugo respondió: “¡Sí, que así sea!”. Centurión sonrió, todos los ángeles del infinito sonrieron. Un sueño profundo cayó sobre Wanda y Hugo, y durmieron dados de la mano hasta el amanecer. Los dos despertaron al mismo tiempo y, maravillados, comprobaron que ambos tenían 20 años y una larga vida para amarse.

Juanjo Conejo