EL VENECIANO (EL AMANTE DE ALMAS DE PARÍS). Juanjo Conejo

París, 1970. Le llamaban “El veneciano”, por causa de la ciudad que le vio nacer. Alessandro nació en Venecia, durante el viaje de luna de miel de sus padres, su madre llevaba nueve meses de embarazo cuando se casó. Alessandro fue testigo del apasionado romance de sus padres, hasta el último aliento de sus vidas. Ahora, y gracias a la educación que sus padres le habían provisto, Alessandro se había convertido en todo un caballero. Nunca faltaba una flor en la solapa de su chaqueta. Recibió formación en literatura y en música, por los maestros más célebres de París. Su lenguaje era exquisito y cortés, había maestría en su pluma, como la de los mejores poetas.

Alessandro lo tenía todo, posición social y belleza física, pero algo le perturbaba: había observado, en sus noches bohemias, centenares de esposas infelices, que en el pasado fueron el centro de los deseos de sus esposos y que ahora vivían en una silenciosa desesperación, necesitadas de ser amadas, reconocidas y apreciadas; mujeres bellas e inteligentes que, desde hace mucho tiempo, olvidaron la sensación de ser deseadas. El veneciano decidió convertirse en el amante público de todas ellas. Las cortejaría como a damas distinguidas, pero respetaría sus cuerpos, como si fuesen el territorio sagrado de sus maridos. Las llevaba al teatro, a la ópera y a exposiciones de arte.

Conversaba con ellas en las mejores cafeterías, de los temas que más les interesaban, ellas se sentían privilegiadas. Les enviaba ramos de flores con una nota, con palabras de admiración hacia sus facultades intelectuales y los encantos de sus rasgos físicos. No es exagerado decir que el veneciano amó a decenas y decenas de almas de mujer, pero Alessandro nunca tocó un sólo cabello de sus cabezas. Ellas tampoco intentaron ir más allá de las palabras y de los cortejos, sabían que Alessandro cortejaba a decenas de mujeres en París, pero se comportaban como si no lo supieran, nunca le recriminaron el hecho de no ser las únicas destinatarias de sus halagos y atenciones.

En el salón de la casa de Alessandro, un piano adornaba el centro. A ambos lados, había librerías con las obras de los mejores músicos, poetas y filósofos. Al frente, se encontraba su escritorio, en cuyos cajones guardaba las cartas de amor que recibía y una colección de plumas de diferentes diseños. Alessandro estaba sentado al piano. A su espalda, detrás de la cortina, surgió la sigilosa y silenciosa figura de un hombre que acertó una puñalada en la espalda de Alessandro. En su lápida estaba escrito: “Aquí yace el veneciano, el amante de almas de París”. En el interior del ataúd sólo se veía su sonrisa, todo su cuerpo estaba cubierto con las cartas de amor que había recibido.

Juanjo Conejo