EL VENDEDOR DE ESPEJOS. Juanjo Conejo

Y al mirarse en el espejo, su rostro estaba desfigurado. Dio un grito tan fuerte que resonó en el bosque, pues vivía en una casa solitaria muy lejos de la ciudad. Impulsado por el miedo, se llevó las manos a la cara, pero las yemas de sus dedos le decían que su rostro estaba bien. Un espejo que compró a un vendedor ambulante, encerraba el misterio de lo que estaba pasando. Y en esa casa solitaria, en medio del frondoso bosque, los árboles comenzaron a desprenderse de la tierra y, con sus ramas, que ahora eran como garras extendidas, caminaban hacia la casa en busca de la siguiente víctima. Era la justicia del espejo, de ese espejo que reflejaba la maldad del alma. No había donde esconderse, aunque lavara cien veces su rostro con agua. Sin escape posible, hoy pagaría por toda la maldad que encerraba dentro, maldad que se reflejaba cuando se miraba al espejo.

A Santas Apariencias, ciudad de falsedad e hipocresía, le ha llegado su hora, el cielo ha enviado un ángel vengador, con la forma humana de un vendedor de espejos. La gente está gritando por las calles, tan sólo se miraron en un espejo. En sólo una hora, Santas Apariencias ha quedado arrasada por el terror. Ahora, el vendedor de espejos se dirige a la ciudad de Buenas Impresiones. “¡Compren, compren el espejo en el que se verán más bellos de lo que son en realidad!”, gritaba el vendedor de espejos, logrando que, poco a poco, todos se fueran acercando. En un momento, el ángel vengador había vendido espejos a todos los habitantes de la ciudad. Poco después, podían oírse a lo lejos voces de horror. Un ejército de buitres enfurecidos cayó sobre Buenas Impresiones, dejando un charco de sangre a cada paso. Y las sombras cayeron y se hizo de noche a plena luz del día, mientras los gusanos devoraban los cuerpos de aquellos que iban muriendo.

Sólo un hombre quedó en pie, el único que no compró el espejo. El superviviente miró a su alrededor, todo estaba lleno de cadáveres sin ojos y de cientos de espejos que cubrían como un manto el suelo. El vendedor de espejos sintió en su espíritu que había quedado un superviviente y decidió ejecutarlo personalmente. El ángel vengador situó su carromato ambulante en medio de la plaza principal. El superviviente se acercó al carromato, pensando que allí encontraría la respuesta al misterio. Miró dentro del carromato, y allí estaba sentado el ángel vengador. “¡Pasa y siéntate!”, le dijo con voz firme el destructor de ciudades. El superviviente se sentó frente a él. “¿Por qué no compraste el espejo?”, le preguntó airado el ángel vengador. “Porque la belleza de ser único no se ve en un espejo”, respondió el superviviente. El vendedor de espejos, avergonzado, agachó la cabeza y, sin decir palabra, se marchó de la ciudad.

Juanjo Conejo