EL TÚNEL DE LAS RATAS (1). Juanjo Conejo
Lo confieso: soy un asesino de esperanzas. ¡Qué importa nada, dentro de cien años todos estaremos muertos! Quiero contar la verdad, no por la curiosidad morbosa de los lectores, sino por miedo, antes de que las ratas se coman mi conciencia. He hablado de las ratas antes de lo que yo esperaba, pero lo he dicho ya para demostrar que estamos tan curados de los espantos de los informativos que ya nada nos conmueve. Esta es la sociedad en la que vivimos; y lo peor de todo, la hemos construido nosotros. ¿Por qué culpar a un criminal, si no es peor que todos los demás? Tal vez, sea un pobre desgraciado que ya no sabe qué hacer con su vida. Mata para huir de la rutina de un mundo que agoniza. El espectáculo de las noticias lo aburre. Quizá, al ver la sangre de su víctima, experimente una sensación nueva, harto ya de la televisión sensacionalista.
Mi editor me dijo que exagerara la realidad para que mi libro se vendiera mejor, que contara la historia con saña perversa porque eso gusta a los lectores. Tenía que construir un túnel para llegar hasta mis lectores, cuanto más oscuro, mejor. Pero mi intención no era entretener ficcionando los hechos, sino confesarme por el temor a las ratas. Las ratas se están comiendo nuestras conciencias. Yo, un criminal, puedo ser la esperanza de la humanidad. Jesucristo le dijo, a un ladrón crucificado por la sociedad, que le esperaba el paraíso. ¡Qué ironía! Por otra parte, ¿quién tiene derecho a apedrearme?, ¡quién esté libre de culpa que me lance la primera piedra! Sí, esta sociedad es una ramera a quien nadie apedrea, porque todos tenemos sucia la conciencia, o porque ya no tenemos conciencia porque las ratas se la comieron.
He matado a muchos para librarlos del miedo a las ratas. “¡No puedo vivir con este miedo! ¡Mátame!”, me suplicaban. ¿Miedo?, ¿por qué tenían miedo si ellos mismos eran ratas? Y si yo mismo soy una rata, ¿por qué debía compadecerme de ellos? Hay tantas ratas en el túnel oscuro, ya nadie sabe quién es hombre o rata. Esas bestias enanas se alimentan comiéndose nuestras conciencias. Yo, en el fondo, muy en el fondo, me considero un hombre bueno: los mato para librarlos del dolor. Ojalá las ratas se coman a todos y quede yo sólo, así sería la semilla limpia de una nueva humanidad, la esperanza de la tierra en las manos de un devorador de esperanzas. Roba a un ladrón, tendrás cien años de perdón. Por eso ejecuté mis crímenes, para ganarme el cielo.
Juanjo Conejo