EL GIGANTE DE MADERA Y LA GAVIOTA POETISA. Juanjo Conejo

Venid, niños y niñas, acercaos a mí, porque un cuento asombroso os contaré. Rodeadme y sentaos sobre la hierba, prestad atención y disfrutad de este instante. Como en los cuentos antiguos comenzaré… Érase una vez, en un pueblo que estaba situado muy cerca del cielo, unos leñadores construyeron un gigante de madera. Era un gigante de tal medida que, si alzaba las manos, podía jugar con las nubes. Pero el gigante no sabía de sonrisas y de lágrimas, porque no tenía corazón. Cada noche, el gigante miraba la luna y le pedía un corazón de madera. Era fe, no estaba loco, sólo quería sentir las emociones humanas que nacen del arte, del amor y de la primavera.

Pero un día, volando desde el mar, llegó al pueblo una gaviota poetisa. La gaviota recitaba sus poemas a las estrellas. El gigante de madera, emocionado, derramó una lágrima, era su primera lágrima, era una lágrima milagrosa. Y como los gigantes de madera no duermen, pasó toda la noche escuchando los poemas de la gaviota. Al llegar la mañana, el gigante se sentía extraño, diferente. Y al poner la mano sobre su pecho, oyó el tolón tolón de una campana. Tan perplejo estaba el gigante que pasó varias horas oyendo la belleza de esa melodía. Y, por primera vez, el gigante sonrió. Como el agua entre las piedras, un nuevo universo se abría paso en su corazón de madera.

Una noche, el gigante encontró a la gaviota llorando. “¿Qué te ocurre, gaviota?”, le preguntó muy preocupado. La gaviota respondió: “Amigo, vine hasta aquí por ti, pero pronto tendré que marcharme, he de volver al mar”. El gigante le dijo: “Gaviota, tú me diste corazón, yo te regalaré una hazaña”. El gigante de madera extendió sus manos al cielo y arrancó polvo de las estrellas. Y agarró la luna, la arrastró y la acercó a la tierra. Y la luna alumbraba como el sol, aunque fuera de noche. Luego, la gaviota recitó sus poemas, cubiertos con polvo de estrellas y rayos de luna. A la mañana siguiente, los leñadores del pueblo despertaron con el alma llena de poesía.

Desde entonces, aquel pueblo de leñadores se convirtió en un paraíso en la tierra. Nunca más se supo del gigante de madera y de la gaviota poetisa. Pero hay quienes dicen que los han visto juntos, recitando poemas a los piratas y a las sirenas de los mares del fin del mundo. Y colorín colorado, este cuento ha terminado. “¡Profesor, profesor!”, gritó una hermosa niña de cabello rizado y ojos grandes. “Dime niña, dime lo que quieras decirme”, dijo el profesor de filosofía. La niña le dijo con una amplia sonrisa: “Usted es la gaviota poetisa”. El profesor se acercó a la niña, la tomó en sus brazos, la besó, y muy dulcemente le dijo al oído: “Y tú eres el gigante de madera”.

Juanjo Conejo