EL FABULOSO TESORO DE ERNESTO CORTÉS. Juanjo Conejo

Ernesto Cortés fue un niño muy feliz en su infancia. Hijo de uno de los hombres más ricos de Málaga, tenía todo cuanto necesitaba. Ernesto era un niño imaginativo y creativo que vivía en su mundo de fantasía. Su madre le decía con frecuencia: “Ernesto, eres un niño especial, nunca lo olvides”. Su padre, por el contrario, no entendía su forma de ser y siempre le miraba con desaprobación. Cada noche, cuando todos dormían, se dirigía a un lugar secreto que nadie conocía, y en el interior de una caja vieja de madera, colocaba algún objeto de valor incalculable. Sin ninguna duda, estaba reuniendo una fortuna, por si en un futuro la necesitaba.

Cuando Ernesto cumplió veinte años, convencido por su padre y a regañadientes de su madre, se fue a Barcelona para formarse en una de las mejores escuelas de negocios. Pero Ernesto no se llevó su vieja caja de madera. Con el paso del tiempo, Ernesto triunfó en el mundo empresarial y acumuló una gran fortuna. Ernesto tenía todo cuanto deseaba, excepto su vieja caja de madera. Cuarenta años después de su partida, Ernesto ya no era el mismo, la ilusión de sus ojos había desaparecido, ya no soñaba con lo imposible, había dejado de ser el niño especial que decía su madre, ni siquiera pensaba en su vieja caja de madera. No obstante, su padre se sentía orgulloso.

Ernesto recibía a diario una llamada telefónica de su madre. Pero la última llamada fue preocupante: “¡Ven pronto, a tu padre le quedan pocos días de vida!”. Cuando llegó a casa, y después de abrazar a su madre, se dirigió a la habitación donde su padre se hallaba acostado y enfermo. Los ojos de su padre estaban cerrados y se le oía respirar con dificultad. Ernesto cogió su mano y, con la esperanza de que escuchara sus palabras, le dijo: “Padre, gracias por todos tus consejos y cuidados. Te quiero, aunque nunca me hayas comprendido”. Ernesto lloró por primera vez en su vida. Luego, se dirigió a la ventana y miró hacia ese lugar secreto que no pisaba desde hacía cuarenta años.

Después de un largo silencio, Ernesto oyó un suave susurro: “Ernesto, acércate, tengo algo muy importante que decirte”. Ernesto tomó la mano de su padre, mientras escuchaba sus palabras con atención: “Ernesto, perdóname. Siempre te he querido, aunque no de la forma que tú necesitabas. Por favor, recupera tus sueños”. Dicho esto, volvió a cerrar los ojos y dejó de respirar. Ernesto corrió hacia su lugar secreto y desenterró su vieja caja de madera. Entre otras muchas cosas, había un trompo, una cometa, una canica y un tirachinas. Ernesto recordó los sueños olvidados. Cuarenta años después, Ernesto Cortés retomó la costumbre de escribir cuentos infantiles.

Juanjo Conejo