EL ESCRITOR DE SUEÑOS Y EL MONSTRUO TECNOLÓGICO. Juanjo Conejo

El viento movía la cortina, era la brisa del inevitable paso del tiempo. En ese momento, se le ocurrió mirar a través de la ventana. El mundo ya no era lo que fue, las cosas de antaño habían desaparecido del paisaje. Tras los cristales, todo parecía igual que siempre. Pero un análisis detenido de las imágenes, le hicieron pensar que algo se estaba fraguando sin que nadie se diera cuenta. Volvió a correr la cortina y se quedó triste y pensativo.

Todo parecía evolucionar a su alrededor. Todo, menos él. Seguía creyendo que algunas cosas nunca deberían cambiar: el placer de una conversación sin que una llamada telefónica la interrumpiera y el ridículo ruido de una vieja máquina de escribir. Sacó del cajón una hoja en blanco y la colocó en la máquina de escribir. Tecleó “te quiero”. Extrajo la hoja, junto a las dos palabras había dos manchas: una gota de café y una lágrima.

El monstruo tecnológico miró y tuvo envidia. Y trazó un plan para destruir la carta de amor, esa carta rociada con perfume. El escritor de sueños guardó la máquina en una maleta de viaje y huyó con ella. El tiempo apremiaba y debía hacer cualquier cosa por salvarla. Si lo lograba, también se salvaría a sí mismo. Pretendía encontrar un refugio, lejos de las garras de la tecnología, de esa evolución fría, de ese hielo que deshumaniza.

Subió al automóvil, más viejo aún que la máquina de escribir. Previamente, colocó unas mantas en el maletero y los utensilios necesarios para hacer café en cualquier punto de su recorrido. Aún no sabía a dónde dirigirse, pero la llegada del monstruo tecnológico a su domicilio era inminente, así que tendría que improvisar sobre la marcha. Olor a carretera recién asfaltada, pero escogió el polvo de caminos que no sabía a dónde llevaban.

Al final, llegó a un paraje donde parecía que el paso del tiempo no había dejado huella. Miró a su alrededor y no había señales de la imparable evolución de la tecnología. Allí, en un paradero olvidado del mundo, se preparó una taza de café. Comenzó a llover, se cubrió la cabeza con una manta. Ahora, era el olor a tierra mojada. Cayó la noche, espectáculo de estrellas. Una estrella fugaz, un deseo. Cerró los ojos y volvió a soñar.

Pero ¿cuánto tiempo lograría estar a salvo del monstruo tecnológico?

Juanjo Conejo