EL CUERVO (EL JINETE DEL CABALLO ROJO). Juanjo Conejo

La banda de Mortem, formada por los siete peores criminales del Salvaje Oeste, se ha reunido en la cantina de Las Cruces, cerca de la frontera con México. Las Cruces es una ciudad sin ley, porque su sheriff, un hombre cobarde y corrupto, está comprado por los forajidos. Mortem y sus hombres preparan un nuevo golpe, el atraco a un tren blindado que transporta los botines de guerra del Séptimo de Caballería. Todos los hombres de la ciudad están en la cantina jugando al póker, incluso el sheriff. El camarero sirve vasos de whisky a diestro y siniestro. No sospechan que las historias que se cuentan del justiciero apodado “El Cuervo” no son leyendas de fantasmas.

Está nevando. Se acerca, al trote, un jinete misterioso, Viste de negro y monta sobre un caballo del color de la sangre. Y un cuervo le sigue. Un pañuelo en su cuello cubre una vieja cicatriz. En su mano derecha sostiene un pergamino enrollado donde están escritos los nombres de los culpables. El jinete se detiene, introduce la mano izquierda en el bolsillo de su chaleco, saca un reloj de plata y lo abre. En el interior del reloj hay una fotografía antigua de una mujer joven. El jinete mira por unos instantes la fotografía. Se oye a lo lejos el eco de una voz del pasado, procedente de los recuerdos del jinete. Y el cuervo lanza un graznido que resuena en Las Cruces.

El jinete del caballo rojo sigue avanzado, desmonta de su caballo y lo ata frente a la cantina. Cuando abre la puerta, los ojos de todos se llenan de miedo, la figura del forastero concuerda con las leyendas que han oído. El cuervo grazna por segunda vez y todos salen corriendo de la cantina, incluso el sheriff, sólo Mortem y su banda permanecen dentro. “El cuervo” dicta su sentencia: “¡Quien a hierro mata, a hierro muere!”. Saca su reloj de plata, lo abre para que suene su melodía y lo deja sobre la barra de la cantina, mientras advierte: “Cuando termine la melodía, disparad”. Tiemblan las manos de los siete forajidos y caen gotas de sudor de sus frentes.

Suena la última nota. Antes de que puedan pestañear, seis balas de “El Cuervo” traspasan la frente de seis de los forajidos, sólo Mortem queda en pie. Ya no quedan balas en el revólver del jinete oscuro, Mortem lo sabe, por eso sonríe. “El cuervo” sube el ala de su sombrero, se le ven los ojos. El rostro de Mortem se vuelve blanco, recuerda esa mirada y, espantado, desenfunda torpemente su revólver. El cuervo grazna por tercera vez y vuela hacia el cuello de Mortem. En pocos segundos, el séptimo hombre cae muerto al suelo. La infernal figura del jinete del caballo rojo, al trote, se va alejando, hasta que se desvanece en un horizonte nevado. Y el cuervo le sigue…

Juanjo Conejo

Ilustración realizada por Fernando Sales