EL CUENTO QUE TERMINA COMO COMENZÓ. Juanjo Conejo

Es el cuento de la vida, el cuento que termina como comenzó, con nuestra desnudez, fragilidad e impotencia. Todos los caminos me llevan en la misma dirección, a la mirada que veía mi corazón cuando estaba en el vientre de mi madre, en ese día en el que no era ni sabio ni guerrero, sino hijo del Dios que me sostiene. Hijo, esa palabra con la que el Eterno me llama, esa palabra que es mejor que una medalla, es una marca en mi alma que aprecio más que una corona, que la armadura de un guerrero. Las armas de la guerra han llenado la tierra de sangre, porque hemos olvidado que todos tenemos un mismo Padre. Y hay lágrimas en las hojas que narran la historia.

El Espíritu del Padre en mí, esa es mi mayor riqueza. Y camino descalzo sobre las brasas de un mundo que ha olvidado que es mejor ser hijo que rey o guerrero. Y andaré caminos, rectos o torcidos, y todos me llevarán al mismo destino, al amor que me acunaba desde la eternidad. Padre, has compungido mi corazón con ese amor que ensombrece a las estrellas, con esa sonrisa que me engendró con un gesto de tu mano. Anhelo que el camino que me lleva a ti sea largo, hasta que se agoten todas las palabras. Aunque sé que me esperas contigo, déjame que acabe toda la tinta, porque tu cielo prometido puede esperar mi presencia en los palacios de tu reino.

El canto de la tórtola, en el regalo de la nueva mañana, me recuerda que tengo un día más. La noche ha pasado y sigo respirando, aunque duela el alma. Padre, hay un hueco de tristeza en esa alegría de ser tu hijo, no estar a la altura de tu perfección. Una pausa entre frase y frase, para recuperar el ritmo cardiaco, porque mi corazón se ha acelerado. Cuando ya no cabe dentro de mí más de tu amor inmerecido, tu amor me desborda con lágrimas que no son humanas. Espera de silencio, y me vuelve el aliento, de ese Espíritu que me engendró, y sigo escribiendo, entre llantos y tormentas. Pero no desmayo, porque he oído la voz que oyeron los apóstoles y profetas.

Padre, no tengas prisa en llevarme contigo, porque tu gracia hace ligera esta pluma tan pesada. Sé que tu casa está llena de gloria, pero no hay hojas de papel. Hasta que la muerte nos una, dame fuerza y sabiduría, que las nubes oscuras no cubran la esperanza. No me avergüenzo de ti, aunque me menosprecien las burlas del mundo. Fui, soy y seré, una brizna de paja llevada por el viento, una voz que clama en el desierto, con una corona de espigas que anuncia mi pequeñez. Y porque tú vives, yo viviré, al tercer día de las sombras. Padre, en este cuento de realidad y fragilidad, que termina como comenzó, tú superas la ficción, en ese milagro de la resurrección.

Juanjo Conejo