ARCO Y FLECHA, LADRONES DE CORAZONES. Juanjo Conejo

Eran juguetones, eran traviesos, eran dos ladronzuelos de corazones. Pasaban el tiempo planificando cómo unir a las parejas, tramaban sus fechorías entre sonrisas y se guiñaban los ojos en señal de complot. Se llamaban Arco y Flecha, su objetivo era que caballeros y doncellas se enamoraran hasta el punto de perder la razón. De repente, salían corriendo de entre los árboles, cuando señoritos y señoritas se sentaban en los bancos del parque. Eran diminutos, nadie los veía, se escondían en cualquier parte. En poco tiempo superaron la fama de Cupido, pues la estrategia que utilizaban, más efectiva que la magia, alteraba el transcurso natural de la historia.

¡Qué ingenuos eran los ladronzuelos de corazones!, pensaban que sus travesuras no tendrían efectos adversos, y es que con las cosas del amor no se debe jugar. Saco, el policía más astuto de la ciudad, escuchó los rumores de las travesuras de Arco y Flecha, y decidió darles caza cuanto antes, para evitar el caos que estaban sembrando, aunque ellos creyeran que se trataba de una diversión inocente. Cupido también se enfadó mucho, pues le había salido competencia. Incluso a Saco, que era sagaz y tenaz como ninguno, le llevó mucho tiempo atraparlos en un saco, pues eran tan diminutos que se escapan de todas las trampas. Pero, por fin, se acabaron sus ardides.

Todo estaba preparado para el juicio, nadie libraría a Arco y Flecha de una buena reprimenda. La sala estaba agitada, pues caballeros y doncellas se sentían locamente enamorados sin saber por qué. Arco y Flecha sonreían, no tenían miedo, no eran conscientes de su culpabilidad. Cupido se mordía las uñas de los dedos. Saco, con tres toques de su silbato, pidió el silencio de la audiencia y, luego, en señal de respeto, se quitó la gorra y esperó a que hablara el abogado defensor del pueblo. “Habéis unido en amor a caballeros y doncellas que no tenían nada en común, solicito la máxima pena”, dijo el abogado. “Viviréis siempre en el saco”, dijo el juez con un golpe de mazo.

Arco y Flecha no estaban preocupados, qué extraño. A la mañana siguiente, el saco estaba vacío, la ciudad entera se preguntaba cómo lograron escapar, nadie lo entendía, pues el saco no estaba roto. Saco inició la búsqueda de los evasores de la justicia. Cupido estaba que se subía por las paredes. Entretanto, en la ciudad, las malas artes de Arco y Flecha seguían enamorando locamente a caballeros y doncellas. Incluso Saco, sin comprender por qué, sentía simpatía por Arco y Flecha. Cupido se tiraba de los pelos. Era muy peligroso que esta historia acabase así, todos eran víctimas del amor ciego. Sin embargo, en un escondite secreto, Arco y Flecha se reían a carcajadas.

Juanjo Conejo