EL SOMBRERO DEL ESPANTAPÁJAROS. Juanjo Conejo

Érase una vez, los niños de un pintoresco pueblo de montaña dieron forma a su imaginación, construyeron un espantapájaros al que llamaron Larry. Con abundante paja le hicieron un cuerpo, los brazos, las piernas y la cabeza. Dos botones grandes les sirvieron de ojos y con trapos le hicieron la nariz y la boca. Un par de guantes blancos y un par de botas viejas fueron sus manos y sus pies. Le pusieron un pantalón vaquero, una camisa blanca y un abrigo de color azul. Y con una cuerda le fabricaron un cinturón. Pero Larry no tenía corazón, sólo era manojos de paja. Necesitaban un milagro para que el espantapájaros fuera más que un muñeco sin vida.

Una niña gritó: “¡Si le ponemos un sombrero, Larry tendrá corazón!”. Así que buscaron el sombrero más grande del pueblo, era un sombrero negro, y con él adornaron la simpática cabeza de Larry. De repente, Larry sonrió con su boca de trapo, que parecía una luna creciente. Ahora, el espantapájaros, no era un muñeco sin alma, era como ellos, tenía la virtud más grande: la magia del corazón de un niño. Durante el día, los niños corrían y saltaban de alegría sobre la nieve, mientas Larry cantaba y aplaudía; y al llegar la noche, las aves dormían debajo de su enorme sombrero, que parecía el sombrero de una bruja, para refugiarse del frío. Todo era como un cuento de fantasía.

Pero un día, un cuervo ladrón pensó: “Si le quito a Larry el sombrero y lo pongo sobre mi cabeza, yo también tendré corazón”. El cuervo cogió con el pico el sombrero de Larry y se lo llevó volando tan rápido como el viento. Desde que el cuervo robó el sombrero, Larry ya no sonreía; y los niños pasaban los días encerrados en sus casas, embargados por una enorme tristeza. Los habitantes del pueblo dijeron: “¿Para qué queremos un espantapájaros sin corazón?”. Así que, enfurecidos, derribaron a Larry a golpes y esparcieron la paja de su cuerpo por el suelo, sin darse cuenta de que eran ellos los que no tenían corazón y de que era la fe de los niños lo que vivía en la paja.

Pasó mucho tiempo, el cuervo seguía sin corazón, pensó que el sombrero no era de su talla. El cuervo voló hacia el pueblo con el sombrero en el pico y lo dejó sobre la paja esparcida del espantapájaros. Cuando llegó a los niños la noticia de que había aparecido el sombrero de Larry, se pusieron manos a la obra con la ilusión renovada y reconstruyeron su cuerpo. Los que derribaron al espantapájaros, cuando comprendieron que Larry era fruto de unas manos soñadoras y que era más que un montón de paja, fueron a la búsqueda de un sombrero grande y negro para sus cabezas huecas. El cuervo sigue volando por lejanas tierras en busca de un sombrero de su talla.

Juanjo Conejo